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Padres agotados y sin fuerzas, pero felices.
Agotados, rendidos y sin fuerzas. Así es como se sienten un padre y una madre cuando, por fin, acuestan a sus hijos en la cama. Al caer los niños en un plácido sueño es cuando ese agotamiento se transforma súbitamente en felicidad.
El cansancio que se experimenta con la crianza diaria de nuestros hijos es diferente. A pesar de que cada fibra de nuestro cuerpo parece estar fuera de lugar, hay algo que parece recomponernos por dentro. Nos edifica y nos insufla mucha más vida de la que teníamos.
A ese sentimiento se le llama bienestar. Es tomar conciencia de que la felicidad es compartir y crear. Se experimenta al saber que nuestros hijos están bien, que crecen sanos y felices gracias a nosotros.
A pesar de ello, hay que ser conscientes de que la vida familiar no siempre será así. Es importante saber que a medida que los niños maduren, lo hará su comportamiento. Y con él, deberán aceptar una serie de obligaciones y desafíos .
La crianza y la educación hablan un lenguaje propio donde nunca se dejan de aprender términos nuevos. A veces nos decimos a nosotros mismos que no podremos con todo y que no llegaremos al final del día, pero sin embargo, lo hacemos. Casi sin darnos cuenta nos alzamos como expertos, como gigantes que pueden ver más allá. Anticipamos riesgos, e intuimos necesidades. Puede que la crianza no sea mágica, pero es una etapa maravillosa.
Más que el cuerpo, lo que se cansa es nuestra mente
Cuando llega el final del día estamos tremendamente agotados. Nos duelen los brazos, las piernas y la cabeza. También tenemos calambres y sueño que recuperar. Sin embargo, por curioso que parezca, lo que más intensifica este cansancio es en realidad nuestra mente, o mejor dicho, nuestro cerebro.
Estrés por hipervigilancia
En ocasiones, lo que más agotamiento produce es la presión psicológica. Los expertos lo llaman estrés por hipervigilancia, algo muy parecido a lo que padecen los soldados en los contextos bélicos. Tanto el padre como la madre tienen una serie de obligaciones clave con sus hijos. Deben estar alerta ante cualquier circunstancia y presentes ante cualquier desavenencia.
Llega un punto en el que esta situación puede ser tóxica. Nuestras vidas cambian de tal modo que dejamos de preocuparnos incluso por nosotros mismos. Nuestra prioridad es esa criatura frágil a la que debemos proteger y querer. El temor a que le ocurra algo malo en ocasiones produce miedos y angustia, y ese pequeño caleidoscopio de emociones acaba generando una ansiedad y un cansancio tremendos.
Juntos acabamos agotados, pero somos inmensamente felices
Puede que ambos progenitores trabajen fuera de casa. Puede también que hayan acordado que uno de los dos se quede temporalmente criando a los niños. Sea como sea, hay algo que se debe tener claro: la educación no es solo cosa de uno.
Los hijos no tienen una sola figura de referencia. No hay nada tan maravilloso como sentirse partícipes de cada etapa, contribuyendo en todas las labores que nos sean posibles. Dar las buenas noches a nuestros hijos es el broche de oro a un día más, a un momento mágico que se conforma día a día. Ese vínculo emocional con los niños que no se olvida, que edifica recuerdos y emociones positivas.
Por fin solos, por fin un instante entre tú y yo
Cuando somos padres por primera vez, la intimidad se pierde o se debilita un poco. El amor sigue presente, pero en ocasiones se echa en falta esa complicidad donde poder reencontrarse.
Ese instante en el que por fin los niños se duermen, es casi como una cita.Sin embargo, el simple hecho de estar agotados puede restar algo de magia. Ahí están las ojeras, el cabello descuidado, los viejos pijamas y los juguetes tirados por el suelo.
Y aún así, sentimos felicidad. Ese es el bienestar generado por el buen trabajo hecho entre ambos. Ahí es donde nos sumergimos en unas charlas larguísimas donde hablamos de todo y de nada, donde soñamos con el futuro, donde nos damos la mano y nos quedamos dormidos. Eso sí, siempre pendientes de si nuestros hijos nos necesitan.
Fuente: eresmama.com